A través de la historia,  varias personas y religiones nos han dicho que el sexo es malo o que no tengamos mucho sexo.

Cuando pensamos en esas personas o sociedades, pensamos: “¡Qué mentalidad tan cerrada!”, “¡qué reprimidos están!”, “el sexo es natural y bueno”, etc...

Creemos que una sociedad es progresista cuando el sexo es libre, abierto y abundante. Creemos que en la actualidad estamos liberados.

...y en parte es muy cierto, pero ¿qué tal si también es cierto que en ocasiones somos esclavos de nuestra sexualidad?  Podemos caer en el otro extremo.

Cuando nuestro cerebro experimenta dolor, su instinto para sobrevivir es buscar placer.

Ahí es cuando el sexo se puede convertir en una forma de olvidar y escapar de los dolores.

Usamos el sexo para desviar la atención y no sentir nuestras ansiedades o tristezas.

El sexo llena nuestros vacíos emocionales.

No dejemos que el sexo sea una distracción de nuestros procesos de sanación.

Sentir nuestros dolores y emociones es importante. No huyamos de eso.

Si constantemente usamos el sexo para evitar, se puede convertir en una obsesión o adicción.

Tal vez en ese momento olvidamos el dolor, pero en realidad no desaparece.

La emoción sólo se pasa a nuestro subconsciente.

Al no sanar de raíz, seguiremos actuando desde ese dolor subconsciente y repetiremos patrones.

No sólo somos animales buscando cubrir nuestro instinto y placer.

Somos seres que anhelamos conexión emocional y mental. Anhelamos cercanía e intimidad

Cuando trabajamos nuestros dolores, se pierde el instinto o urgencia de buscar sexo. Automáticamente buscamos más las conexiones profundas a nivel emocional o mental.

El sexo es increible y natural, sólo hay que notar desde qué espacio lo hacemos.

Limitarnos a la hora de sentir dolor es bueno.


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