Vivimos en una sociedad en la que nos enseñan y nos acostumbramos a no mostrar emociones.

Creemos que si mostramos emociones y vulnerabilidad seremos débiles, se aprovecharán de nosotros, perderemos autoridad o no nos tomarán en cuenta.

Solemos vivir a la defensiva. Evitamos el dolor, nos cerramos a experimentar emociones dolorosas y nos enfocamos en “no sentir” o en ocultar las emociones.

Buscamos no ser vulnerables. Incluso la palabra la asociamos con algo negativo.

Nos acostumbramos a tener que ser fuertes, independientes y valientes.

No es sorpresa que nos cueste trabajo cambiar el hábito y que no sepamos actuar o expresar nuestros sentimientos.

Paradójicamente, para tener buenas relaciones se requiere lo contrario. Necesitamos una capacidad para revelar heridas, sentimientos y deseos.

Para relaciones plenas justamente se necesita vulnerabilidad.

Es un gran salto pasar de lo que acostumbramos, a lo que se requiere para relacionarnos plenamente.

Por esta diferencia, el paso de una vida independiente a una vida en pareja puede ser tan retadora para muchos.

Hay un profundo deseo de cercanía, pero al mismo tiempo no queremos acabar heridos.

Hay miedo a la intimidad.  

Este miedo empeora cuando alguien cercano en nuestro pasado nos hirió. Tal vez en nuestra infancia.

A este comportamiento que evita la intimidad también se le conoce como apego evasivo.

Se anhela cercanía, pero hay miedo del rechazo, de no ser suficientes o de que no sea recíproco.

Muchas veces no somos conscientes de que es miedo. Creemos que es fortaleza, o estamos ocupados o no queremos intimidad.

Incluso puede haber amoríos como un último intento de estar distante.

Da miedo la cercanía. Las relaciones requieren que nos pongamos en una posición muy vulnerable. Es un reto estar con alguien que fácilmente nos puede herir.  

¡Sí, la intimidad es inherentemente amenazadora!  Sin embargo,se puede cambiar gradualmente.

¿Cómo? Al ser conscientes de la emoción y al expresarla, en vez de ser distantes.

Sentir inseguridad en el amor no es algo que hay que evitar. Más bien es un signo de bienestar.

Somos seres independientes y no podemos dar por hecho a las personas.  

Es mejor arriesgarse y salir herido, que nunca haberlo intentado.


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