Desde pequeños se nos ha enseñado que la envidia es una emoción negativa y que no deberíamos sentirla.

Se nos ha impuesto la idea de que es un pecado y que somos malas personas si lo sentimos.

¿Qué tal si no es cierto?

Todos en algún momento hemos sentido envidia.

La envidia es una emoción natural, no es buena o mala y existe por algo.

Existe para mostrarnos lo que realmente queremos y deseamos.

Ponte a pensar, ¿por qué tienes envidia de personas muy específicas?

No envidiamos a cualquier persona, tenemos envidia por las personas en las que nos reconocemos y en algún aspecto queremos ser como ellas.

En vez de ver la emoción como algo negativo, hay que verla como un llamado de lo que realmente nos importa y lo que deberíamos de estar haciendo en la vida.

Al no aceptar la emoción dentro de nosotros acumulamos resentimiento.

Acabamos hablando mal de las personas, criticamos o juzgamos.

Ese resentimiento en realidad es veneno para nosotros mismos.

Al no aceptar que la envidia es un reflejo de nuestros deseos estamos bloqueando la energía de manifestación en nuestra vida.

No aceptar la emoción viene de no sentirnos suficientes para manifestar aquello que envidiamos.

Hay que dejar de pensar que somos malas personas y dejemos de evitar la emoción.

Hagamos introspección y tengamos muy claro las personas y situaciones que nos provocan envidia.

Meditemos y observemos continuamente nuestra envidia. La emoción es una señal del camino que queremos tomar y debemos de escucharlo.

Una vez que aceptamos y reconocemos nuestros deseos, podemos convertir el sentimiento en inspiración y admiración.

Admitir nuestra envidia es una de las más grandes fortalezas que podemos demostrar y esa energía nos lleva a crear y manifestar.


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